Relatos, poemas y otras pequeñas cosas

Buenos días, mi amor. ¿Qué tal tu noche? ¿Has dormido bien?

¡Qué preguntas hago! Como si no hubiera sido yo el que sostuvo tu cabeza en la cuna de mis brazos mientras dormías, como si tu respiración no me hubiera conmovido al rozar mi piel, como si no fuera yo quien siempre ha estado a tu lado.

Aunque esto no te importa.

No pienso actuar como si nada hubiera ocurrido. No pienso seguir fingiendo que no ha pasado nada. Iluso de mí, marchándome a la cama solo, maldiciendo tu empleo por acapararte de esa forma, creyéndote cuando me llamabas para suplicarme perdón por llegar tarde a casa... Una vez más. Confiando plenamente en que tu esfuerzo en el trabajo te acabara reportando algún beneficio, orgulloso de que mi esposa no tuviera miedo al esfuerzo.

Pero no te esforzaste tanto, ¿cierto?

Tienes razón, estoy mintiendo. Tuvo que ser tremendamente costoso ocultarme tus acciones de esa forma. Me alegra que, al menos, no me consideraras lo suficientemente idiota como para que no hiciera falta mentirme.

Noches de pasión ardiente, de lujuria, de íntimos momentos en que mis manos acariciaban tu piel, tu pecho, tus caderas y la suave depresión de tu cintura. Noches en que, agotados y sudorosos, nos susurrábamos palabras de amor. Noches en que juraste y perjuraste tu amor por mí, después de que yo hiciera lo mismo contigo.

Ahora entiendo tu diplomacia.

Te creí, como el tonto enamorado que soy. Pasabas más noches fuera de casa que dentro, y jamás sospeche de tus regresos a altas horas de la madrugada. Era siempre lo mismo; oía la llave girar en la puerta de la entrada, escuchaba como cerrabas con suavidad, subías al piso superior, te duchabas, y media hora después te acurrucabas en la cama junto a mí, abrazándome como si no hubiera nadie más en el mundo, como si temieras verme desaparecer. Como si no quisieras perderme.

¿Querías ser una chica Almodóvar? Déjame decirte que vas por buen camino.

Tras tu llegada a las cuatro, mi despertar a las seis. Dos horas de sueño almacenadas para afrontar las veintiocho siguientes. El despertador sonaba, yo lo apagaba con rapidez, y me separaba de ti suavemente, evitando que despertaras. A las siete llegaba a la emisora de radio. Los oyentes, ansiosos, esperan cada mañana el sonido de mi voz informándoles de las noticias del día.

Pero ya no era mi voz.

No, no podía ser yo. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque Manuel Pozos no estaba en la sala de emisiones. Allí sólo se encontraba un cuerpo. Un mero cuerpo que ocupaba una fría silla, un micrófono, y unos auriculares, y que dejaba oír su voz.

Yo seguía contigo.

Me preguntaba si ya habrías despertado. Si estarías en casa seis horas después, cuando yo me dirigiese a casa arrastrando los pies, deseando llegar a mi hogar y llevarme algo a la boca, pero sobre todo, ansiando verte a ti. Desde el comienzo de tus correrías nocturnas, hace dos meses, cada vez que he regresado a casa he sentido lo mismo, he recordado lo mismo.

Fue hace dieciséis años, ¿recuerdas?

Un joven pelirrojo, con la cara manchada de pecas, gafas cuadradas y que mordía sus labios en un intento de ocultar una reciente ortodoncia, subió al autobús. Pagó su ticket y avanzó por el abarrotado pasillo de un transporte público en hora punta, en un vano intento de encontrar un lugar donde sentarse.

Eso en realidad no importa.

Justo detrás de él, una muchacha. Su pelo castaño y ondulado, descendía graciosamente hasta la mitad de su espalda. Sus ojos, de un verde asombroso, observaron con desesperación la tremenda aglomeración de gente, al tiempo que se veía obligada a avanzar para no interponerse en el camino de otras tres personas que también tenían que tomar el autobús.

Una brusca sacudida del vehículo la empujó hacia delante, haciéndole caer entre los brazos de un joven que leía, distraído.

“Lo siento”. Esas fueron tus palabras. No pude reaccionar ante la disculpa de tus ojos, la melodía de tu voz, y el rubor de tus mejillas.

“No te preocupes, no ha sido nada...”, contesté sin que se me ocurriera nada mejor.

Te levantaste como pudiste y te aferraste con fuerza a una de las barras metálicas del interior del vehículo, evitando mirarme.
Sacudí la cabeza. ¿Dónde estaban mis modales? Me levanté lentamente del asiento y con una mirada te lo ofrecí.

Me miraste con sorpresa, con esos enormes ojos tuyos llenos de incredulidad, vergüenza y agradecimiento, y tomaste asiento con lentitud.

Ese fue el primer encuentro, la primera mirada, el primer sentimiento. ¿Quién iba a decirnos entonces que trece años después contraeríamos matrimonio? Y sobre todo, ¿quién me iba a decir a mí que, tan solo tres años después de nuestro enlace, iba a averiguar tu doble juego, un juego de tres jugadores?

Si alguien me lo hubiera advertido, yo no le habría escuchado.

Amada mía... Cuando acabes de leer esta carta yo ya estaré lejos. Tan lejos, que seguramente no nos veremos hasta que Satanás te envíe a hacerme compañía.

Te odio, mi amor.

Felicidad... éso me traes a mí, cuando veo que tus ojos se posan en los
míos... Y ahí es cuando sé que tus sentimientos hacia mí son puros...
Que no mientes cuando dices...............Cuando me dices "te amo".
Calor....
éso siento con el contacto de tu piel, ésas fugaces caricias que
parecen morir a cada instante... y que luego las haces revivir... Y
llego a creer que no me siento... vacío por dentro.
Amor.... éso
siento al probar tus dulces labios al llegar a los míos, tu aliento que
recorre mi ser... Y nosotros nos fundimos en un mar de besos, que nos
arranca de cuajo nuestro lado más oscuro.

Sé que no es mentira
lo que ambos sentimos... Sé que es verdad que nuestros cuerpos
lentamente se fusionan en la oscuridad protectora de la noche, y tu
cariño no cesa aunque me jures odio, aunque desees que me valla de tu
vida... Sé que todavía ésa pequeña llama está viva en tu corazón.... Lo
presiento.

Ése sentimiento que me corroe al comprobar que no puedes salir de ése
trozo de papel… Y con mis ojos tristes te observo, mientras Disturbed
hace su trabajo como música de fondo.
Es algo frustrante saber que
disfrutaría de mis pocos momentos de paz si fueras de carne y hueso,
como simulas ser en tu universo de tinta, y pensar en las veces que yo
sonreiría, y al verte solo se me escapan suspiros…

Realmente
si vivieras, sabrías todo lo que una fan girl puede enloquecer por un
simple personaje de mangas, como lo eres tú, mi querido Mello. Sabrías
como ellas se emocionan cuando sales en un cuadro, cómo lloran sangre
cuando llega tu momento de abandonar el mundo… Cómo sueñan todas las
noches contigo, cómo tu simple sonrisa en un Fan Art las vuelve
locas…Como me pasa a mí.

A veces me siento sola, y en la
comodidad de mi habitación, donde en innumerables posters y fotos me
miras con ésos ojos penetrantes y profundos, y ésa sonrisa, que algunos
dibujantes (tal vez más fanáticos de lo que soy yo o mis amigas con las
que juro compartirte) saben hacer a la perfección, cómo se asemeja
asombrosamente a lo que eres…

A veces al mirarte por la pantalla
de mi ordenador sonrío, y me imagino dentro de tu mundo, que soy una
más de ésa espectacular trama que te desenvuelve… Y me imagino contigo,
que me abrazas, me besas y susurras a mi oído que me amas y que jamás
me dejarás. ¿Pensamientos de una pequeña adolescente? Tal vez… ¿Locura
de una niña trastornada por los dibujos japoneses? Probablemente.

Lo
único que yo sé, es que siempre que quiera llevaré una parte de ti en
mi corazón, porque al amar a alguien como yo y miles de chicas en todo
el mundo lo hacemos, estamos seguras de que ésa persona está ahí con
nosotras, siempre. Bajo ése perfil de chico duro que tienes, nosotras
(porque no solo yo) logramos ver ésa persona tierna que eres, con tu
lado bueno y tu lado malo… Sabemos tus sueños, tus dolores, te
conocemos incluso más de lo que tú te conoces.

Por eso
nosotras estamos orgullosas de llamarnos FAN GIRLS de ti… Porque
sabemos que lo que padecemos no es locura… Ni ganas de llamar la
atención… Sabemos que te amamos. Sé que te amo. Aunque no me puedas oír
ni ver, sé que me comprendes y que ahí, dentro de tu pequeña vida llena
de tinta y sangre, velas por nosotras.

Eso es mi consuelo para tantas horas de dolor, mirando como desapareces frente a mí.

Cuando el amor se siente, pero no se ve, sabes que está enterrado en tu
ser, esperando impaciente por salir... Por demostrar al mundo que
nuestros sentimientos son correspondidos... Que no hay nada en nuestro
camino que nos impida avanzar hacia la felicidad...

Por
demostrar que somos uno para el otro y que nunca estaremos solos en
éste mundo... Por demostrar que te amo, y que no me importa las
consecuencias.

Siempre el amor es algo que te hace sufrir. El amor es algo nos
hace cambiar una y mil veces, todo por ese ser especial, que te quita
el sueño y te da a media noche, la ezperanza de volver a verlo... Con
una sonrisa en el rostro...

Dias de verlo de lejos, de no saber
qué hacer, cuando él la miraba a la cara. Mimiko fue una chica muy
timida. Siempre fueron amigos... Aunque en sus corazones, hubo un
sentimiento apagado... Algo que ambos sabían que estaba allí. Sus
miradas prendidas fuego, matizadas en pasiones... Que con solo un
segundo transmitían mil sentimientos, la avergonzaban mucho.
Él era su mejor amigo. Y en su corazón ambos sabían que eran el uno para el otro.

Sus
ojos color jade se posaban en los ojos noche de Mimiko, en los que
ambos se perdían en un mar de amor... Mirando las estrellas tirados en
el techo de su casa... O simplemente acostados ambos, juntos, abrasados
en su cama observandose... Durante horas, sus sonrisas guardaban
secretos de amor, que en sus bocas morían por miedo al fracaso.

Siempre
se conmemoran los momentos asi. Uno en la vida tiene la oportunidad de
conocer a alguien tan especial. En su mente rondan esas palabras, esas
palabras mágicas que él le dijo antes de la tragedia... Antes de
separarse... Posiblemente para siempre.

Ese dia, sus ojos no
birllaban como siempre. Su mirada tenía algo raro... Como si una
tristeza enorme se comiera cada parte de su ser, inundándolo en un mar
de melancoía y dolor.
Le tomó la mano dulcemente... Y muy
suavemente, la acercó hasta quedar frente a frente, a centímetros de su
rostro. Se acercó a su oído lentamente y le susurró: -Mimi... Yo... Yo
te amo.- Unas lágrimas amargas resbalaron por sus blancas mejillas... Y
acercó sus labios a los de ella.

Sus labios se unieron en un
apasionado beso, y sus cálidas manos recorrieron la tez de la chica...
Ambos no pudieron evitar llorar por un momento, ya que sabían que jamás
volverían a estar juntos... Mirando las estrellas en el techo, o
acostados en la cama, mirándose por horas... Sonrientes y felices.
Nunca más.

Sus labios se separaron, pero sus almas jamás
volverían a estar solas. Juntó sus manos en su pecho, y de la nada,
sacó un pequeño collar con las iniciales de ellos "M x L"... bañado en
oro... Y le dijo con mucha ternura:- Mimi, mi amor... Esto es para que
no me olvides... Para que estemos siempre juntos... Paa no poder
separarnos nunca jamás.-

No lo contuvo. Su llanto amargo se
transformó en lágrimas de sangre. Él ya era parte suya.Mimiko lo abrazó
con fuerza y le dijo:-Jamás te olvidaré. Siempre estarás conmigo, asi
me cueste la vida... Volveré... Y verás que siempre fuiste mi único y
verdadero amor. Y aún en la distancia, será el cariño más hermoso de
todos-

Y saludó. No lo dudó ni un instante. Alzó la mano y una sonrisa apareció en su rostro. Ese gesto y esa sonrisa salieron de él involuntariamente. No supo por qué. Esa mujer le había herido profundamente, y dudaba que los sentimientos que tenía hacia ella se hubieran enfriado.

Se había marchado de su lado hacía mucho tiempo, dejándolo solo y triste. Dejó de hablarle. Él hacía lo imposible por comunicarse con ella. Le mandaba mensajes, cartas, y telegramas que finalizaban con una petición de noticias acerca de ella, de cómo estaba, de si todo seguía siendo igual que antes de marcharse. Una petición que nunca era contestada.

Realizaba miles de llamadas sin esperanzas de recibir respuesta. Así era siempre. El teléfono sonaba hasta la saciedad, pero ella nunca lo cogía, y él se conformaba con dejar grabada su voz, diciéndole lo mucho que la echaba de menos y la necesidad de noticias suyas que tenía.

Después de un tiempo, ella le devolvía una llamada, como mucho un par de mensajes, y le mostraba su repertorio de excusas, como el joyero que enseña a un cliente los anillos de plata de la tienda. Y él siempre la perdonaba.

Se despedían. Ella, casi con alivio. Él, con la vaga sensación de que no volverían a hablar en un mes como mínimo. A pesar de eso, seguía con los mensajes, las llamadas, las grabaciones de voz que le dejaba en el contestador telefónico.

Luego se sumía en sus pensamientos. Y pensara lo que pensase, siempre acababa igual. Con una discusión en su interior que acababa provocándole dolor de cabeza.

-Pero si no tienes noticias será porque ella no quiere que las tengas.
-Tiene que estar ocupada, por eso no me contesta.
-Siempre hay tiempo para responder a una persona si ésta te importa realmente.
-No. Yo sé que le importo porque ella me importa a mí.
-Esos sentimientos no tienen por qué ser mutuos.
-¡Yo la quiero!
-¡Tú la odias!
-Por favor... Dime algo... Me estoy volviendo completamente loco.
-No te dirá nada. Nunca se le acaban las excusas, cada una más original que la anterior.

Esa conversación en su cabeza era inacabable. Las dos mitades de sí mismo le recordaban que por mucho que quisiera odiarla, seguía estando enamorado de ella. Que su sonrisa no iba a desaparecer de su cabeza en mucho tiempo. Que sus ojos iban a seguir reflejados en su mente con toda su luz. Una mitad le recordaba que, en el fondo de su ser, el odio hacia esa mujer se intensificaba, pero al tiempo, otra parte de sí mismo le recordaba lo mucho que la quería.

Tal vez por eso no le importó cuando la vio en brazos de otro hombre. Tal vez la alegría de saber que estaba bien, el volver a verla fue lo que le ayudó a sobrepasar la tristeza de saber que ya no iba a ser él quien la consolara, quien la cuidara, quien la mimara. Que esas posibilidades se le habían cerrado a él y se habían abierto para ese otro hombre. Tal vez por eso aceptó el abrazo amistoso y el beso que ella le dio en la mejilla y no pidió nada más.

Tal vez por eso... Saludó.

Todo sucedió demasiado rápido. Desde que te fuiste, no dejo de recordar ésos momentos de felicidad que fabricabamos juntos, en esas soleadas tardes de verano, mientras nuestras disimuladas miradas reflejaban más que una gran amistad... Y ambos lo sabíamos.

Extraño ver tu sonrisa mañanera, con la que ambos nos despertabamos... Y esas travesuras antes del almuerzo con las que tanto nos reíamos... Si supieras lo que te extraño... Si supieras lo que te amo... Porque es eso... Yo te amo, y siempre lo hice.
Y en la distancia, lograremos superar las barreras y nuestro cariño florecerá luego del perecedor invierno.

Cuando al cielo le falte llanto
de nubes un manto
una noche tejeré.
Y con él te cubriré.

Cuando la luna resbale
de fino talle
una corona te daré.
Y en tu frente ceñiré.

Cuando las estrellas se cansen
y de pronto canten
del cielo las bajaré.
Y las pondré a tus pies.

Y a ti tan sólo te pido una cosa:
que esperes por mí.

Noche… veo peligro a la distancia. Otra vez no podré dormir.

La nieve cae suavemente sobre el camino. Hace frío y mi cuerpo tiembla, pero ahora es eso lo que menos me puede importar.

El trabajo ha sido arduo, la faena intranquila. Camino a casa tras largas horas de esfuerzo y… ¿Qué es esto? Te veo frente a mí, caminando con indiferencia.

Otra vez hemos cruzado caminos.

Maldigo el día en que decidiste pedir trabajo a dos cuadras del mío, y maldigo cada noche porque decides tomar ese camino, ese por el cuál sabes que te cruzarás conmigo. Aún así te tome más tiempo llegar a tu hogar, lo sé, lo volverás a tomar.

Me ves, te veo. Caminamos el uno hacia el otro, e intento evadirte. Quizás si me cargo a la derecha… o si ralentizo mi marcha… ¿¡Es que nunca hay un taxi cuando uno lo necesita!?

Es inevitable ahora, haremos colisión. Desvío la mirada, intento ocultar mi rostro; no quiero ver tu silueta, no quiero percibir tu aroma, no quiero volver a soñar contigo esta noche, no… no por favor, por amor a Dios y a tu madre ¡Déjame dormir esta noche!

Te veo tan cerca, te siento tan grande. Cierro mis ojos ante este desenlace fatal. Tu cuerpo se cruza con el mío... detienes el paso y pronuncias mi nombre…

- ¿Lista para ir a casa?- me preguntas, sonriéndome de esa manera… ¡descarado!
- Ya te he dicho- replico- Ve directamente a casa después del trabajo, no tienes que venir a buscarme que ya no soy una niña…
- …no, eres mi esposa…

Demonios, otra vez no podré dormir. Soportaré otra larga noche entre tus brazos, presa de ese amor que me quita el sueño, y que me introduce en la dulce pesadilla de ser tu mujer. Te miro y un rubor inunda mi cara; me miras, y sonríes ¡mil veces descarado!

- Es el frío- me excuso- hace que mi rostro se ponga rojo
- Si claro…- respondes, mientras tomas mi mano

Continúas tu marcha, y yo voy contigo. Por favor no te equivoques, que no te acompaño, simplemente sigo mi camino; es esa una coincidencia: el que tu casa quede en la misma dirección que la mía, que la puerta por la que entres se parezca a la mía… y más aún de que tu almohada… sea vecina de la mía

Me saludas y pronuncias mi nombre, eufórica, como si no nos hubiésemos visto en años, aunque ayer por la mañana te pillase tendiendo la ropa.

Pero parece que mi gesto malhumorado te afecta más bien poco; sigues sonriendo de esa manera que tanto me crispa.

Dios, no sabes cuánto la odio. Cada vez que me doy cuenta de que continúas así, con ese gesto alegre pintado en la cara, me dan ganas de cometer un par de locuras.

Es que, por más que le dé vueltas al tema, no lo entiendo. ¿A quién en su sano juicio se le ocurre encontrarse tan feliz mientras todos estamos pasando por una mala época? Por lo visto, únicamente a ti.

En ese tiempo, tras analizar tu comportamiento una y otra vez, sólo consigo llegar a la conclusión de que te portas de ese modo para agradar a los que te rodean, lo cual me hace creer en la teoría de que no eres simpática y dulce, sino falsa e hipócrita.

Aunque debo disculparme ante usted, princesa de la mentira, porque no voy a ser yo el que caiga en las redes de su estudiada expresión alegre. Reina de las injurias, discúlpeme por ser demasiado desconfiado para tragarme su farsa.

Mas eso parece que te importa una mierda, ya que te mantienes pletórica… como siempre.

Dime, ¿acaso crees que soy de la misma calaña que todos los hombres a los que dejas embelesados con una mirada? ¿Por casualidad piensas que estoy tan ciego como para no notar que ese gesto es una tapadera?

¡Qué ingenua eres al suponer que si aparentas felicidad la conseguirás! Siento mucho quitar esa venda que cubre tus hipnóticos ojos color chocolate, pero la verdad es que ni tú ni nadie va a conseguir ser feliz, es imposible lograrlo con lo fastidiados que estamos.

Personalmente, ese afán por alcanzar el completo bienestar se ha convertido en una utopía con el paso del tiempo. Y claro, desde tu punto de vista seguro que no es así. Lo sé, sé que opinas que es posible tocar el paraíso con las puntas de tus delgados dedos.

Por esa simple razón me pones de los nervios. Eres tan crédula, tan inocente, tan soñadora… Te odio, maldición. Aborrezco a tus rosas fantasías, y a esa manera de pensar tan positiva, que hasta risa me provoca…

Pero lo que más aborrezco de ti, sin dudarlo dos veces, es a esa capacidad que tienes que hace que, aunque no quiera, una sonrisa igual de estúpida que la tuya se dibuje en mis labios, y que me induce a plantearme que quizás y sólo quizás no te detesto tanto como me digo a mí mismo.

Lo dicho, eres odiosa… y a la vez jodidamente adorable.

Qué extraña combinación.